miércoles, 18 de julio de 2007

Las noches secretas del Cine Imperio

Los blanquecinos haces de luz que emite el proyector a través de la oscuridad, se agitan en oscilante sube y baja, esbozando en la pantalla gigante a una sensual pareja que se enfrasca en obscenas y acrobáticas posiciones sexuales. Tan lúbrica escena sume a los presentes en un tenso silencio que es agradecido con toscas bocanadas de humo que colman la platea del Cine Imperio, convertido en uno de los últimos recodos del cine porno en Lima, ubicada en la Av Tacna 230.


Un imperio del porno y algo más

Con anuncio
s parecidos a los carteles para conciertos de cumbia, con colores chillones y brillantes, el Cine Imperio promociona el valor de las entradas ( 4 soles platea, 4 cincuenta mezanine) y garantiza sus últimos estrenos. Pese a ello, la fachada es discreta, ya que sus anuncios son interiores, en una pequeña estancia de la entrada, la misma que es resguardada por un hombre de casaca oscura que lleva el cigarrillo a la boca compulsivamente mientras observa, serio, a los apurados transeúntes.

El que atiende la boletería, a través de una ventanilla diminuta, mira áspera y fijamente a los parroquianos por encima de sus anteojos y, si son de marcada apariencia juvenil, se asegura siempre de que portan el respectivo DNI. El boleto de papel periódico rosa contiene las justificaciones del precio y aclara que “vale para la función del día de su venta”. Es decir, que otorga el derecho a presenciar cuanta película pornográfica se transmita desde las 4 de la tarde hasta las 11 de la noche.

Adentro se respira un olor a madera vieja. La platea está conformada por
butacas forradas con marroquín ordinario, muchos de ellos despanzurrados, pellizcados. La segunda planta o mezanine es un ovalado y largo balcón de madera cuyas escaleras de ingreso están cerradas. Además de la inmensa pantalla se puede observar dos letreros brillantes que dicen “Escape”. Pero no todo en el Imperio es onanismo y observación. La oferta es mucho más atrevida. La noche recién empieza.

Ahora unas 15 personas, sumidas en el anonimato por la oscuridad, observan el primer plano de la cara de una mujer rubia que es bañada de una lluvia blanca. Tal escena constituye el desenlace de la película. Pero los parroquianos se quedan para la siguiente. Aún no se empalagan de tanto sexo ajeno que les llega desde la pantalla. De pronto, lo inesperado: un voluptuoso travesti empieza a merodear por toda la platea.

Mezanine: prostíbulo gay con vista preferencial

Los que van llegando se acomodan a los extremos, parece que conocen bien el camino. Se recuestan sobre la butaca colocando sus pies sobre la que está enfrente y encienden el primer cigarrillo. Entonces, un joven delgado, con polo y pantalón jean apretado, interrumpe la atención de un parroquiano. Se le acerca quebrándose en 90 grados hacia él y le habla al oído. Luego de unos minutos de conversación acariciándole el cabello se aleja y regresa con su acompañante, el travestido.

Los cigarrillos no cesan, cada cierto tiempo, las chispas se encienden en medio de la oscuridad. El travesti y su acompañante están sentados al fondo, conversado de quién sabe qué asuntos. Se ríen por momentos desinteresados por completo en la morena quebradiza que retoza bulliciosamente con un varón tremebundo sobre un sofá. El joven delgado regresa a insistirle al parroquiano. Pero este no muerde la carnada. De inmediato, se aproxima a un grupo de tres muchachos más jóvenes.

Se sienta ju
nto a ellos mientras les lanza una coqueta mirada. “¿Conocen el A sol la barra?” les pregunta. Inician una conversación sobre la mencionada ¿discoteca?, ¿Night club? ¿prostíbulo? Y, con una atrevida resolución, el joven aclara que es gay y que está en oferta. “Mi nombre es David”- les dice. “Y no tengo nombre de batalla”-agrega. Tiene gafas negras sobre la cabeza y juguetea con uno de sus aretes mientras que, con la otra mano, intenta acariciar las piernas de los muchachos.

Ellos lo rechazan: “No le entramos
a esa nota”, “hemos venido en otro plan” pero David intenta persuadirlos queriendo hablarles al oído a cada uno. Su precio está al alcance de todos los bolsillos pero no de todos los gustos. Cinco soles cuesta el servicio completo. “Anímate, no seas tímido” le dice a uno de ellos. Y sin que obtenga respuesta, agrega: “vamos arriba, ahorita traigo la llave”. Al regresar abre la puerta de la escalera y exclama. “Amigo, sube, de acá se ve más bonito”

Uno de ellos, animado por la curiosidad y la de sus amigos, se acerca y sube los primeros escalones. David insiste, grita. Pero el muchacho regresa donde sus camaradas y les narra lo que llegó a ver. Arriba, en el mezanine, un viejo colchón tirado en el suelo es el lecho donde David y su amigo travesti mantienen relaciones homosexuales con eventuales clientes que logran conseguir entre la platea: sesentones angustiados, jóvenes y señores que tienen una turbia rutina secreta en el Cine Imperio.

David se aproxima de manera más atrevi
da a los jóvenes, queriéndoles decir cosas al oído. Haciendo amaneradas muecas en su delgado rostro moreno y expulsando un suave aliento de cigarro sabor a canela. Los amigos se incomodan y deciden irse. David alcanza a decirle a uno de ellos “vamos al baño y conversamos” y al notar la negativa agrega: “¿no entiendes? No todo en esta vida son negocios, amigo”. Pero sus esfuerzos son infructuosos. Ellos se van casi espantados.

David regresa con su amigo travesti. Los despiden con besos volados desde la puerta y al tiempo que encienden sus cigarrillos se adentran nuevamente en la oscuridad. Sólo ellos saben si se prostituyen por necesidad o por placer. Nuevos parroquianos van llegando. La noche de la avenida Tacna se va quedando solitaria y se pone más fría y neblinosa. David y el travesti esperan confiados de que el Imperio del porno atraerá el “amor” y quizá, con un poco de suerte, también el dinero...

1 comentario:

renezp dijo...

Tan solo preguntaría si la curiosidad aún vive en ti para navegar por otros oscuros, raros; pero aún más curiosos lugares de la vieja Lima.

Te linkeo ...